28 jul 2009

El desafío de nuestra "generación de los Bicentenarios" (2010-2016)

"Hacia una cultura política del diálogo para la construcción del consenso del nuevo Chaco".

1. Recuperar el valor de la palabra pública y el sentido profundo de la política como la tarea más noble e indispensable del ciudadano: No hay mayor mandato que recoger y honrar para conmemorar nuestros Bicentenarios, el de mayo de 2010 y el de julio de 2016, que recuperar desde y con la participación ciudadana, el concepto y la práctica de la política como nuestra principal herramienta de comprensión y transformación de la realidad. Porque si la historia es la política del pasado, la política es la historia del presente, y sus hacedores, sus constructores, pueden ser o bien sólo los gobiernos y/o grupos de poder defensores de intereses corporativos, o bien una sociedad, una comunidad organizada, un pueblo de ciudadanos, por definición etimológica, los verdaderos políticos, los habitantes de la polis –ciudad, en griego-, quienes realizan su conversión de habitantes a ciudadanos –como propone la Comisión Arquidiosesana de Justicia y Paz del Arzobispado de Resistencia-, cuando por preocuparse de los problemas comunes (el trabajo digno, la economía al servicio de la realización, desarrollo y crecimiento social, la justicia, la verdad, la tierra, la vivienda, la cultura, la educación, la salud, la protección del medio ambiente y sus recursos naturales, etc.), deciden comprometerse personalmente para ocuparse con otros, colectivamente, de pensar y actuar en la búsqueda de la resolución de esos problemas comunes.
Ahora bien, la degradación de la palabra pública, la inversión drástica de su sentido y del compromiso político y ético al empeñarla, produjeron en el imaginario colectivo la creencia firme de que político equivale a mentiroso, y la palabra y la acción política a doble discurso, porque lo que digo no es lo que hago. Y lo que es peor, es que tal pensamiento tiende a creer que esto siempre fue más o menos así, a excepción de “los tiempos de los héroes y patriotas”, congelados en un paisaje de mármol, tan inalcanzable como irreal y fuera de la historia de los hombres. Su consecuencia es pensar que nada se puede hacer, que nada va a cambiar, que lo que se dice y promete no se cumplirá y que entonces sólo sirve la moral del viejo Vizcacha, la del “zafar y transar”. Ese modo de pensar es funcional, desde luego, a quienes nos prefieren escépticos, individualistas y alejados de toda acción política. Las causas de esta inversión y degradación del sentido de la palabra pública, tienen su origen en la dictadura cívico militar de 1976, y se alimentan de todas y cada una de las grandes decepciones y desencantos populares que 25 años de gobiernos democráticos produjeron en la conciencia y cuerpo social argentino. Sucedió a fines de los ochenta, se enfatizó mucho más hacia fines de los noventa, década y época de mayor exposición pornográfica de la política como espectáculo para vulgarizar y ocultar la realidad, de mayor descalificación del valor social del conocimiento y la palabra; estalla en diciembre de 2001, comienza a recomponerse trabajosamente a partir de mayo de 2003, y actualmente, se encuentra nuevamente en crisis. Tres actores fundamentales son decisivos para la comprensión de este fenómeno. Por un lado, los sectores del poder más concentrado; por otro, los grandes medios de comunicación y en tercer lugar, los partidos políticos. El primero de ellos, dueño de la tierra, el capital y el 70 por ciento de la riqueza nacional fue tanto el verdadero ganador del golpe del '76, así como también de los resultados de los procesos de endeudamiento externo, desindustrialización nacional, hiperinflación, privatizaciones y desguace del estado, saqueo de nuestros recursos naturales, sucesivos desfinanciamientos culturales y educativos, flexibilización laboral y devaluación. El segundo de ellos, propiedad de los primeros actores, en general, hace uso y abuso de la manipulación de la palabra pública como verdadero ejército de ocupación de las conciencias, para que los habitantes no sean ciudadanos, piensen y actúen en contra de sus verdaderos intereses, y que odien, por lo tanto, la política, porque los inducen a confundirla con una determinada clase de política. En tal sentido, la opinión pública de la que hablan no es otra cosa que la agenda de los temas que a esos sectores de poder les interesa que se discuta desde la lógica del estereotipo, el escándalo y la visión apocalíptica. Ese es su rol como expresión comunicacional de los dueños de la Argentina. Los partidos políticos, vaciados en todo sentido durante la dictadura, casi desaparecieron y en la mayoría de los casos, cada vez más alejados de sus bases y militancia, cada vez representándolas menos, cumplieron la función de actuar como grupos de operadores al servicio de determinados negocios –lobbys-. Esta crisis de representación política de la gran mayoría de las instituciones en general, tiene su marco privilegiado en el período histórico en el que el culto a lo privado, al mercado y al saber de los tecnócratas especialistas, cuestionó el sentido de la existencia y rol de lo público, del estado, la política y hasta de la misma nación, en aras de la panacea de la aldea global y sus supuestos beneficios, que la crisis financiera internacional actual –que es mucho más que financiera-, se encargó, por si cabía alguna duda, de despejar. Dicha crisis de representación político institucional, es también una crisis de representación de las formas y capacidades sociales para escuchar y hablar, leer y escribir, y ya se sabe cuáles son sus consecuencias. Si nos faltan ideas y las palabras para expresarlas, no podemos pensar por nuestra propia cuenta. Otros, entonces, piensan y hablan por nosotros. Sin pluralidad de voces no hay democracia. La ley de radiodifusión que todavía, vergonzosamente rige lo que vemos y escuchamos, viene de la dictadura. Urge por ende, que se debate y apruebe en la Legislatura Nacional la Ley de Servicio de Comunicaciones Audiovisuales. Para que las imágenes, voces, ideas y palabras de los sujetos que no tienen visibilidad en los medios, puedan ampliar nuestra comprensión de lo que nos pasa, por qué nos pasa, y entre quiénes tenemos que resolver lo que nos ocurre, y cómo hacerlo. Para que descubramos, en serio, y sin velos, que esa construcción que llaman realidad no sólo que no es la nuestra, sino que atenta con la propia posibilidad de que la podamos desocultar y pensar. Desde la gestión, encabezada por el Gobernador Jorge Milton Capitanich, queremos y debemos, a partir de la decidida participación y protagonismo ciudadano, convertir a la política de gobierno en política de Estado, surgida del diálogo como espacio y métodos permanentes para abordar la resolución de conflictos y producir consensos proactivos que se traduzcan en acciones y hechos trascendentes. Somos conscientes tanto de lo que hemos hecho hasta ahora, como de los problemas centrales y estructurales que padece el Chaco: la injusta redistribución de la riqueza provincial y territorial, la pobreza e indigencia, la desocupación y la carencia de fuentes genuinas de trabajo, el empleo precario, los salarios insuficientes, la tierra y vivienda como deudas con muchos chaqueños; las obras de infraestructura imprescindibles para el desarrollo industrial, las formas de explotación de nuestros recursos naturales, la problemática acuciante de nuestros pueblos originarios, y en fin, los modelos de estado y de economía no racional ni sustentable que procuramos enfáticamente cambiar, que son el resultado de un largo proceso de no pensar al Chaco a partir de un Proyecto de Desarrollo y Crecimiento Estratégico e Integral de su sociedad; así como el constante devenir de desencuentros exacerbados por políticas de la diatriba y la confrontación mediática estéril, cuyo impacto es suma cero. Estos hechos y en especial, la confrontación mencionada, es decir, la forma en que se descalifica sin construir nos conducen primero al desencanto social y luego, al hartazgo colectivo verbalizado con frecuencia en un «“BASTA DE PELEARSE”, PORQUE ESA NO ES LA POLÍTICA QUE SENTIMOS NI QUEREMOS NI NECESITAMOS QUE HAGAN». Y nosotros agregamos, QUE HAGAMOS SOCIAL Y CULTURALMENTE.
El Cabildo Abierto del 22 de Mayo de 1810 también fue un clamor de “BASTA” de los criollos que fuimos sobre una determinada manera de concebir la política como ejercicio unilateral del poder. Somos la generación de este Bicentenario que ya entró en la cuenta regresiva. Por eso necesitamos y queremos en términos políticos y éticos ser capaces de construir colectivamente una cultura política del diálogo como instrumento concreto para abordar, comprender y resolver los problemas de todos, entre todos los actores y sectores de la sociedad que tenemos la responsabilidad indelegable de dialogar, debatir con sincera franqueza, humildad y voluntad de encontrar síntesis, perdonándonos los agravios y desencuentros pasados, para que un NUEVO CHACO SEA TAN DESEABLE COMO IMPRESCINDIBLE DE REFUNDAR.

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